Relatos de Mocheños: Historias y Leyendas
Y nos dejaste cautivos...
A los pies del cerro, esperando que la Virgen de Lourdes llegara a su humilde gruta, escuché una voz conocida que decía “Mamá, mira… las nubes están cochinas.” Era mi sobrina Araceli, hija de mi cuñada Celia Rivera, refiriéndose al color oscuro de las nubes que suelen anunciar lluvias en Febrero en nuestro pueblo. Sin suda, ella, en sus cortos años, estaba ajena a lo que habíamos vivido días anteriores a la Fiesta, pero que gracias a Dios, no alcanzaron a hacer tanto perjuicio como el que vi en mi juventud, hace más de treinta años, 1977, cuando el agua del río creció tanto que se llevó chacras y muchos animales.
El Féretro
La mayoría de nuestros antepasados lo denominaban “el férrito”, a un ataúd cuyas formas eran de un simple cajón y se guardaba en el ángulo a la izquierda del templo. Estaba destinado a servir de caja mortuoria a todos los que a la hora de su deceso, carecieran de ella o bien hasta que los familiares construyeran otro ataúd para sepultar los restos del poblador fallecido.
Dicho féretro, según averiguaciones del ex profesor don Luis Sierra Aguilera, un poblador que en 1934 tenía más de 80 años de edad, le contó que cuando él era niño, ese ataúd ya existía.
Bautizos ficticios
En el pueblo de Mocha, en el mes de noviembre de cada año, se acostumbraba a celebrar actos de bautismo, que no pasaban de ser sino actos destinados a divertir y manifestar un buen humor entre familiares y vecinos. Había presencia de padrinos, cura, padres e invitados y la ceremonia se oficiaba lo más ceñido a la realidad.
El bautizado, era un bebé hecho de masa dulce o de pan amasado corriente, cuya cabeza debería recibir en pago a sus servicios el que simulaba ser cura, pero cuya posesión debería disputarla en una traviesa lucha con los padrinos.
La Pila
En la fiesta de San Antonio, el día 13 de junio, después de terminada la procesión del Santo Patrono, se acostumbraba, en esos lejanos años, a instalar un artefacto que los pobladores le llamaban la “Pila” que consistía en un tubo metálico vertical, de aproximadamente, más de dos metros de altura, al cual iban soldadas cuatro bandejas tipo fuentes, de forma hexagonal. Dicho tubo pasaba por el centro y terminaba en una figura de pajarito.
Suceso increíble
Mi padre, José Rivera Argote nos narraba lo siguiente: que cuando él tenía 17 años de edad, en su pueblo natal Limaxiña, sus padres decidieron hacer un viaje al pueblo de Mocha, partiendo de noche con la tropa de animales, por el camino arriero que conduce al alto de la Cuesta de Pijillache, denominada así, porque en su base se encuentra un predio agrícola llamado “Pijillache”.