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  • ¡Viva El Pueblo de Mocha!.

    Un rincón del Edén.
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Relatos de Mocheños: Historias y Leyendas

Y nos dejaste cautivos...

Escrito por María Ester Vilca Otárola. Publicado en Relatos

A los pies del cerro, esperando que la Virgen de Lourdes llegara a su humilde gruta, escuché una voz conocida que decía “Mamá, mira… las nubes están cochinas.” Era mi sobrina Araceli, hija de mi cuñada Celia Rivera, refiriéndose al color oscuro de las nubes que suelen anunciar lluvias en Febrero en nuestro pueblo. Sin suda, ella, en sus cortos años, estaba ajena a lo que habíamos vivido días anteriores a la Fiesta, pero que gracias a Dios, no alcanzaron a hacer tanto perjuicio como el que vi en mi juventud, hace más de treinta años, 1977, cuando el agua del río creció tanto que se llevó chacras y muchos animales.


Sin embargo, la experiencia del presente año fue igualmente muy buena como todo lo que sucede en Mocha. En esta ocasión fuimos al pueblo, “sólo por el fin de semana”, por si no podíamos volver para la Fiesta, aunque la idea era regresar el 10 de Febrero para disfrutar en familia estas celebraciones, sobre todo, con la invitación de la Familia Zamora.
Pero uno propone y Dios dispone. Fue así como mis hijos tuvieron una pequeña muestra de cómo vivieron nuestros ancestros: en oscuridad, sin tecnologías, cultivando verduras y frutas, y criando animales, todo ello  para sustento y alimento de la familia y compartir con amigos, ayudándose unos a otros en la necesidad, especialmente cuando hay que enfrentar el poderío de la naturaleza, sabiendo esperar el momento en que se termina el proceso natural de las cosas y de la vida misma, entendiendo incluso que la muerte es parte de la vida .
Partimos de Iquique el 4 de febrero a las 20:00 hrs. en dirección al pueblo de Mocha, después de algunos contratiempos del día. Durante el viaje, como es usual, nos encomendamos a Dios y a la Virgen María para que nos acompañaran en el viaje, pidiéndoles, además que cuidaran nuestros hogares que dejábamos y que volviéramos sanos y salvos. Luego, la conversación ineludible de algunas vivencias y anécdotas de los antepasados que cautivan especialmente a los oídos pequeños o de las visitas.
En Iquique, mucho calor, aunque cuando salimos, el cielo estaba distinto, un poco nublado y especulábamos sobre posible lluvia en Mocha. No hubo problema alguno durante el viaje y al llegar al Alto, en hermoso contraste de oscuridad absoluta, pudimos ver el pueblo iluminado, nos dejamos llevar por la sinuosidad de su camino y llegamos al río, oliendo ese rico aroma a Mocha. El agua del río había crecido, estaba achocolatada, había un vehículo que recién había cruzado con ayuda de algunos pobladores, a quienes no pudimos identificar en la oscuridad pero sí que nos hacían señas con linternas, tratando de mostrarnos por dónde pasar. El lugar tradicional por donde se cruza el río ya no nos podía recibir, por el torrente humilde, pero poderoso al que no quisimos desafiar.

Un niño, desde el otro lado, nos prevenía respecto a la crecida del agua, evocando un recuerdo de mi infancia, de un grupo de niños que gritaban “Viene un carro” y salían a recibirnos, pero esta vez era sólo un niño. Él nos guió y lo invitamos a que subiera hasta llegar al pueblo. Allí supimos que era Rodrigo, hijo de Samuel y nieto de mi prima Elcira, un lolo muy entusiasta y conversador. Se percibía en el aire las ganas de recibir visitas, Mocha esperaba a sus hijos.
Luego de acomodar las cosas y comer algo, y recordando experiencias anteriores, pedí a mi hijo que llenara unos baldes con agua de la acequia, porque haría falta si subía el río esa noche. Tuve que explicar que el agua achocolatada decantaría en unas horas y se podría utilizar de igual manera hirviéndola, ante los ojos asombrados de mis hijas más pequeñas…para ellas era “intomable.”
Poco después de la medianoche, empezó a lloviznar persistentemente. Esa noche nos levantamos tres veces para ver la lluvia, esa que no se ve en Iquique. Mis niños y yo estábamos fascinados y expectantes por el ruido de las piedras arrastradas  por el río, retumbando en el silencio de la noche. Al día siguiente, nos felicitamos por haber almacenado agua, ya que la acequia estaba vacía, el río con agua más fangosa y el camino peor. Ya no se podía cruzar, no había una pizca de sol, en cambio se veía una niebla espesa, casi a ras de suelo. Supe de inmediato que ya no podríamos volver el domingo como lo habíamos planeado. Gracias a Dios, teníamos víveres que podríamos hacer durar unos días más. Y no vimos sol hasta el día 11.
Mocha amanecía con camanchaca que ocultaba los cerros hasta las 10 aproximadamente. Permanecía nublado durante el día. Y en las noches, oscuridad total  con lluvia fina, pero persistente. Llegaban vehículos quedando al otro lado del río y sólo pasaban sus ocupantes con ayuda de los parientes que salían al encuentro para recibir sus cosas y evitar que cayeran al río desde el “puente” provisorio, el que después de unos días fue arrastrado por el agua.
Todo este acontecer diario hizo tomar conciencia a los niños de la importancia de las cosas más simples de la vida cotidiana como el agua, cuán necesaria para cocinar, lavar los alimentos, la ropa, la luz natural y artificial; el sol, cuán importante es para abrigarnos, secar la ropa; la lluvia, necesaria para la siembra, pero si exagera, hasta los animalitos sufren.
Cómo desarrollaron mis hijos el sentido de ahorro de agua, vela, alimentos, todo se usaba y se aprovechaba, porque le llevaban las cáscaras y otros restos de comida a los chanchos, se enternecieron con dos recién nacidos: un ternero de un mes y un llamito de una semana de edad, a los que visitaban dos veces al día mínimo. Sacaron peras, tomaron leche de cabra recién ordeñada, por el primo Vicente, a quien también vieron matando y limpiando un cabrito, hecho que aprovecharon para ver los interiores en vivo y en directo: corazón, hígado, pulmones, riñones, estómago, etc.  Creo que no han asistido a una clase de Ciencias Naturales más interactiva que la vivida en Mocha…y ni hablar de supervivencia, hasta aprendieron a confeccionarse sombreros impermeables! Bendita sea la necesidad, porque despierta la creatividad que en la ciudad duerme profundamente.

El martes 8 pudimos comunicarnos con Huara por radio, con algunas dificultades de audio, y nos percatamos que en todos los pueblos había necesidades, por la lluvia y crecida de caudal del río. Del Municipio de Huara, prometieron traer ayuda en agua, víveres y plástico para los techos. Esa misma tarde llegaron con pan, muy apetecido por nosotros a esa altura, porque al tercer día quedamos sin pan y yo me había animado a hacer algo con harina que me regalaron de la casa de Cleta, ya que “a falta de pan buenas son las tortillas.”Y a falta de mantequilla, muy buena es la mermelada de peras. Por nuestra parte, afortunadamente, pudimos enviar nuestro mensaje de la imposibilidad de volver- lo que ya era evidente en casa de nuestros familiares de Iquique, porque se suponía que volveríamos el domingo 6 – y deberíamos quedarnos hasta que la fiesta terminara. Voluntad de Dios y la Virgen.
Es aquí donde quiero destacar el espíritu de solidaridad que aún vive en Mocha a través de algunos de sus habitantes. Don Carlos Mollo y su esposa Lupe llegaron el miércoles 9 muy temprano en la mañana con una bolsa de alimentos para que pudiéramos cocinar: papas, cebollas, huevos, harina tostada, arroz, azúcar, fideos, atún, pan, porotos, lechugas, acelgas, y hasta servilletas, lo que agradecimos compartiendo un desayuno austero de té y pan con mermelada de peras, pero sobraba el cariño. En ese desayuno, nuestras visitas no sólo nos trajeron alimentos para el cuerpo, también para el alma: experiencia y cultura.
Tantas vivencias ricas y valiosas de sus propias vidas, viajes y travesías por los cerros y quebradas desde Mocha a Huaviña, Llulla, Puchurca, etc. cuyos relatos que describían personajes, parajes con geoglifos, flora y fauna de antaño pasaron por nuestras mentes cual película ante nuestros ojos, igual que los milagros de salud que la Virgen obró en el cuerpo de don Carlos hace años atrás durante estas mismas fiestas, que en mi opinión fueron en premio a Lupe por su inquebrantable fe en Dios y el abnegado amor a su esposo.
Luego de esa rica charla, oí los comentarios de mis niños sorprendidos por tan espontánea generosidad de la usanza mocheña y de todos los pueblos y gente de antes, muy diferentes a la de la ciudad donde cada uno se las arregla como puede y haciéndose los ciegos para no ver el dolor ajeno. Aquí, se ve, se siente y se acude con ayuda…esa es la diferencia que los niños no podían creer... misma que nos enorgullece a los que crecimos con esas costumbres y que a veces olvidamos por la influencia del medio y época actual. Qué agradable volver a vivir estos momentos y ojala siempre haya gente y familias con estos valores.
Al día siguiente, llegó mercadería, agua y plástico de Huara, llegó la familia con alimentos y felicidad para la fiesta, la que se celebró con alegría, fe, entusiasmo, respeto y sentido de comunidad. Mientras tanto, seguían llegando invitados al pueblo, quienes cruzaban a pie, dejando sus vehículos al otro lado del río hasta la misma noche de víspera, cuando ya no se podía cruzar ni a pie, porque “el puente” se lo había llevado el agua, pero algunos mocheños se las ingeniaron y cruzaron igual para no perderse tan magnífica celebración en honor a la Virgen de Lourdes. Ese día 11 apareció el sol, iluminando al pueblo y secando el lodo de sus calles, regalándonos una noche estrellada. Creo que ella y nuestro Señor están orgullosos de estos hijos mocheños, por su conducta, y que escucharon todas nuestras oraciones por los enfermos, ausentes y asistentes a la Fiesta que fue todo un éxito.

Es justo y necesario, entonces, expresar mis sinceros agradecimientos y felicitaciones a la Familia Zamora Calizaya, Alférez de la Fiesta de Lourdes, Febrero 2011, por el impecable desarrollo de la festividad y por su excelente organización. Se agradecen todos los detalles,  invitaciones, ornamentación de la Iglesia, que ocultó los vestigios del desastre del terremoto del 2005, aún en espera de reparación, fuegos artificiales, dulces para acompañar el chocolate, buena música, sabrosa calapurca, motivación apropiada y respetuosa para la puntualidad en la Misa, bonitos y útiles recuerdos transformados en gorros que nos protegerán del sol en futuras visitas al mismo pueblo o a donde sea que vayamos, siendo muy buena promoción para nuestro Pueblo de Mocha. Incluso, personalmente, observé cómo don Daniel transportaba todos los restos de basura en su camioneta para alejarla del pueblo. Realmente, pensaron en todas las necesidades y las cubrieron todas.
Mientras,  nosotros, que íbamos a Mocha por el fin de semana y nos quedamos ocho días, éramos liberados de nuestro bendito y educativo cautiverio para iniciar el retorno a nuestros hogares sanos y salvos tal como lo habíamos pedido con fervor al inicio del viaje. VIVA EL ALFÉREZ, VIVA LA VIRGEN DE LOURDES. DEMOS GRACIAS A DIOS.

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