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  • ¡Viva El Pueblo de Mocha!.

    Un rincón del Edén.
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Relatos de Mocheños: Historias y Leyendas

MOCHA,...vivencias nuevas, recuerdos de siempre

Escrito por María Ester Vilca Otárola. Publicado en Relatos

Años que no visitaba Mocha en Febrero para la celebración de la Virgen de Lourdes, época de lluvias y otros fenómenos climáticos propios del invierno altiplánico. Esta vez invité a unos primos maternos, ariqueños, pero que viven en Santiago hace más de quince años y quienes siempre quisieron conocer este terruño del que les conversábamos mucho, especialmente cuando mis padres, Ernesto y Ester, aún vivían.



Nuevamente se dio la admiración por el camino, sinuoso y peligroso, pero a la vez, pintoresco, y que desde mi perspectiva, es una de las atracciones más importantes de Mocha, el pueblo de mi padre. Un sendero rústico, seco que conduce por pedregosos cerros de colores que muestran vetas que dan testimonio de muchos años de vida. Este camino conduce, serpenteante, escondiéndose y asomándose por entre los cerros, hacia el paisaje que se  muestra generoso desde lo alto, y que invita, mágicamente, a visitarlo.

Fue una bonita fiesta ofrecida por las hijas del Gaby, hijo de mi prima Elcira, es decir, descendientes de la tía Sara y del tío Lute. Tuve oportunidad de compartir con mi entrañable primo Beto Callpa, mi compañero de travesuras en tiempos de nuestra adolescencia y juventud, ahora, junto a Lupita, su esposa, con quien nos reímos mucho, disfrutando del recuerdo de algunas anécdotas pasadas, que con certeza, nos acompañarán hasta nuestros últimos días, mientras la memoria no falle.

La emoción que se siente durante los primeros sones de la banda es indescriptible, capaz de sacar más de una silenciosa lágrima, evocando el recuerdo de los que ya no están, y de rostros que ahora son desconocidos, no son aquellos de mi niñez, cuando miraba hacia atrás y veía a mis tíos tocando, Manuel. Lucho, Agusto, Lute, Chicho, por eso, a veces sólo cierro los ojos para imaginar que son ellos aún los que tocan y que a mi lado están mis padres. Esas imágenes superan toda tecnología actual, porque hasta tienen olor y puedo quedarme con ellas todo el rato que deseo o hasta el minuto en que una de mis hijas me trae a la realidad con alguna pregunta o comentario del momento.

Gracias doy a Dios por darnos esta oportunidad de revivir viejos recuerdos, pero aún muy vigentes en la memoria individual y colectiva de cada mocheño o descendiente de este pueblo. Durante la Misa se expresan todos estos sentimientos, porque con fe, pensamos que todos ellos reciben nuestros saludos y cariños en el más allá. Mi mamá decía que Dios puede dar permiso a los muertos para ver y escuchar a sus seres queridos de vez en cuando. Me gustaría pensar que este es uno de esos momentos, al estar  reunidos en su nombre, rezando, orando y cantando, agradecidos de los buenos y los malos momentos vividos y pidiendo que podamos regresar el año próximo para disfrutar nuevamente del chocolate, calapurca, procesión, banda y laquitas, bailes, conversaciones, abrazos, recuerdos, competencia de futbol, tomateras, y un cuanto hay, siempre en familia y extrañando a los que no pudieron llegar por diversas razones, como mi marido, mi primo Yoyo y su familia, y en especial, mi suegro, cuya generosidad y hospitalidad se proyectan aún en su ausencia, porque nos permite llegar a su casa, la que está en la falda del cerro enclavada, como dice la canción, esperando la llegada de la gente para dar la bienvenida al amigo y recibir cariñosa a la familia.

Terminada la fiesta, sin lluvias, recorrimos el camino de regreso, alegres de las nuevas vivencias y del compartir con familiares, pero a la vez, con nostalgia, por los recuerdos y la obligada separación, ya que cada uno vuelve a sus lugares de residencia, Arica, Iquique, Hospicio, Antofagasta, Ovalle, Santiago, etc. y la incertidumbre propia que da la vida por no saber si nos volveremos a encontrar el año siguiente, marcando nuevamente ese sinuoso camino de paredes altas y onduladas, de tramos lisos y agrietados, grises, amarillos y rosados y otras tonalidades naturales del paisaje de sus cerros que protegen a Mocha como el vientre materno al feto, resguardando la vida, nutriendo su valle, aún noble y fértil, a pesar del hilo de agua que lo baña, permitiendo que sus hijos volvamos a recorrerlo, envolviéndonos en ese polvoriento sendero hasta entregarnos a la carretera de la civilización urbana... y ahí, majestuosos, siguen esperando nuestro regreso cual madre amorosa que abre los brazos a sus hijos.

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