Relatos de Mocheños: Historias y Leyendas
Los Chunchos
En nuestro pueblo de Mocha, hubo un baile religioso integrado por una comparsa de chunchos, que hoy los recuerdo con nostalgia y mucha alegría, porque trae a mi memoria bellos momentos de mi infancia y porque fui el más pequeño de sus integrantes.
La comparsa estaba dirigida por el Caporal, Félix Cayo, siendo el resto de sus integrantes: Francisco Chimaja, Hilario González, Isidoro Vilca Valverde, Vidal Vilca Valverde, Neftalí Vilca Valverde, Ernesto Vilca Valverde, Agusto Vilca Valverde, Narciso Zamora, Casiano Bernal, Alfonso Núñez, Manuel Vilca Valverde, Ricardo Jachura, Ernesto Cayo, e Isidoro Rivera Vilca. También tenía tres figurines: Salvador Calisaya, disfrazado de diablo, Arsenio Vilca G., disfrazado de oso y Ángela Calisaya O., disfrazada de ángel.
Le bailábamos a nuestros Patronos: San Antonio y Virgen Candelaria, con mucha fe, devoción y entusiasmo. Participábamos en la víspera de la fiesta del día 12 de Junio de cada año, en la misa de la noche en la Iglesia
y una vez terminada la misa, nos retirábamos cantando hasta la puerta. Enseguida, bailábamos en la plaza, alternando con la banda de músicos que tocaban piezas bailables como cuecas, valses y cachimbos, mientras se repartía chocolate caliente en la mesa especial donde los alféreces ubicaban al sacerdote e invitados especiales para degustar una variedad de licores. También se aprovechaba esos instantes para admirar la quemazón de las piezas de fuegos artificiales y especialmente, el más importante en el que se leía: “Viva San Antonio” y casi al final de su quemazón, de su cúspide salía volando una paloma, que consistía en una rueda con dos cartuchos sujetos a ella, llenos de pólvora compuesta de colores y que debido a la fuerza de su combustión la hacía girar velozmente, saliendo disparada por el aire.
Los pobladores llamaban “Día Grande” de San Antonio al 13 de Junio y los chunchos salían a romper el día antes que el sol alumbrara las cumbres de los cerros del frente del pueblo, recorriendo sus calles para ir a la puerta del templo para cantar sus alabanzas al Señor Todo Poderoso y a San Antonio un verso:
Ya salió la aurora - por toda la tierra,
Vamos cantando con devoción,
Soberano Padre de los cielos.
Después, íbamos al parabién a comer la rica Calapurca, deliciosa y nutritiva comida típica a base de maíz de todos los pueblos pre cordilleranos, donde nos esperaba, hospitalariamente, el Alférez. A las 11:00 horas de ese día, asistíamos a la misa solemne y participábamos de la procesión, cantando y bailando por las calles del pueblo.
Una vez terminada la procesión de San Antonio, estando ya dentro de la iglesia, el sacerdote llamaba a los fieles a recibir la fiesta del próximo año, mientras bendecía a los alféreces salientes, que ya habrían cumplido muy bien con su promesa de pasar la fiesta. Acto seguido, los chunchos se despedían de los Santos Patronos cantando la Cacharpaya o despedida.
Una vez en la plaza mientras se instalaba la Pila, los chunchos bailaban ejecutando una variedad de mudanzas, mientras el público se ubicaba a su alrededor. De pronto, el caporal suspendía el baile para anunciar a la audiencia que se llevaría a efecto una guerrilla entre moros y cristianos, evocando como un hecho bíblico o un mensaje católico. Para ello designaba una fila de chunchos como representantes de los moros y la otra fila como cristianos.
Antes de empezar la guerrilla y para evitar accidentes, todos los chunchos se protegían la cara con una mascarilla hecha de esterilla metálica y también cada uno llevaba un arco, una chorita y varias flechas o dardos, hechos de palitos secos de la planta cola de zorro o cortadera como la llaman comúnmente. Esta guerrilla que se hacía con tanto ardor y puntería, que en un momento dado, todos caían muertos al suelo y precisamente en ese instante aparecía la figura del ángel, representado por la señorita Ángela Calisaya Oxa, quien con su varita mágica iba tocando a cada cuerpo caído y lo resucitaba al instante, haciéndolo ponerse de pie. Así, continuaba hasta el último caído y una vez terminada su misión, el ángel se retiraba, mientras todos los resucitados se abrazaban con alegría y se querían como hermanos para seguir bailando.
Durante mi ausencia de 18 años de mi pueblo, supe que se había formado
un baile de pastores y otro de pieles rojas, pero hoy no existe ninguno.